Mañana se estrena en España la última aventura del agente secreto que salió de la pluma de Tom Clancy, Jack Ryan: Operación Sombra. Tras haber pasado por las manos de Alec Baldwin (La caza del Octubre Rojo), Harrison Ford (Juego de Patriotas; Peligro inminente) y Ben Affleck (Pánico nuclear), el personaje protagonista es interpretado en esta ocasión por Chris Pine (Star Trek), un rejuvenecimiento que responde a la etapa que nos cuenta: los comienzos como analista de la CIA de este muchacho que iba para profesor de historia naval.
Tras un accidente que le impide seguir en el cuerpo de Marines, un alto cargo de la Agencia Central de Inteligencia, Tomas Harper (Kevin Costner), se da cuenta de que es una pena desaprovechar esa cabecita y lo recluta para la causa como consultor. Desde entonces Jack compagina su trabajo oficial en una gran compañía con sus tareas de análisis clandestino -y sortea como puede las sospechas de su novia (Keira Knightley)-. Hasta que la conspiración terrorista de unos maquiavélicos soviéticos hace que se vea obligado a dejar los datos y meterse en harina.
El villano en cuestión es Viktor Cherevin, interpretado con acierto, y buen acento, por Kenneth Branagh, quien también dirige la película y que ya se había estrenado con escenas de acción en Thor (2011). Antes de que él se hiciera con el proyecto de la Paramount nombres como Sam Raimi (Spiderman) y Jack Bender (Lost) sonaron para el puesto.
Este Jack Ryan, que se enfrenta aquí a su primera misión como espía, cuenta con aptitudes muy valorables como héroe de acción de Hollywood. Jack Pine, como todos los principiantes, está verde. Nadie nace aprendido; en las escuelas no enseñan a disparar, ni siquiera en las estadounidenses. Ni mata malos a dos manos, ni escupe frases requeteingeniosas tras cargarse a algún bellaco. Es inexperto y suda. Y eso se agradece.
Pero es esa misma inseguridad la que hace flojear al personaje. Chris Pine gasta tal cara de susto durante todo el metraje que a uno le cuesta creerse que pueda con tanto caos, destrucción y terrorismo internacional. El propio Kevin Costner le pide en la escena final, cuando ya están todas las bombas desactivadas y el pescado vendido, que quite por un momento “esa cara de boy scout”… Que lo dice Kevin Costner, no yo.
En resumen, no faltan tópicos propios del género ni escenas predecibles. No estamos ante un futuro clásico del thriller. Pero tiene ritmo, un buen montaje y, sobre todo, entretiene, que es algo que no se puede decir de buena parte del actual cine de entretenimiento.